Desde
su ventana, Él observaba al niño que se sentaba cada tarde en la hamaca de la
plaza y hablaba solo. Cierto día, él ocupó la otra hamaca. El niño llegó, se
sentó y comenzó a murmurar. Él esperó un rato.
-¿Cómo te llamás? –le preguntó.
Desde ese día, la hamaca quedó muy sola.
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