Cuentan que en un lejano pueblito del
oriente, un ser superior le anunció a una mujer que iba a quedar encinta de un
dios o una especie de espíritu santificado. El niño nació de su virgen madre
durante el solsticio de invierno, en una suerte de cueva o establo; junto a
ella estaban su padre adoptivo y unos cuantos pastores curiosos. Tres hombres
sabios que venían desde el lejano oriente fueron guiados por la “estrella de la
mañana” hasta el lugar del alumbramiento; llegaron un poco tarde, pero colmaron
el establo de regalos para el niño. Pocos meses después los padres y el niño
tuvieron que huir porque el rey del lugar había mandado matar a todos los niños
menores de tres años. A los doce años, el niño cumple con el ritual del paso a
mayoría de edad; nada se supo de él hasta que fue bautizado en un río por un
santo varón a los 30 años; después se supo que el santo varón fue decapitado. El
hombre que antes era niño, fue seguido fielmente por doce discípulos que él
mismo escogió; curó enfermos, caminó sobre las aguas y, dicen, hasta revivió a
un hombre. Las autoridades, más que asombradas, aterradas, capturaron al hombre
mediante la traición de un íntimo amigo. El hombre fue encarcelado, torturado y
finalmente crucificado en la cima de un monte junto a dos ladrones. Al momento
de su muerte, fue enterrado en una caverna; dicen que el hombre descendió a los
infiernos y resucitó al tercer día.
El hombre en cuestión puede ser Horus (3000
AC), Attis (1600 AC), Mithra (1200 AC), Krishna (900 AC) o Dyonisus (600 AC). Las
leyendas sumerias de Gilgamesh y el Enuma-Elish dan cuenta de estos sucesos.
Cualquier
semejanza con algún otro personaje, no es pura coincidencia.
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