jueves, 7 de enero de 2016

CASUALMENTE




Cuentan que en un lejano pueblito del oriente, un ser superior le anunció a una mujer que iba a quedar encinta de un dios o una especie de espíritu santificado. El niño nació de su virgen madre durante el solsticio de invierno, en una suerte de cueva o establo; junto a ella estaban su padre adoptivo y unos cuantos pastores curiosos. Tres hombres sabios que venían desde el lejano oriente fueron guiados por la “estrella de la mañana” hasta el lugar del alumbramiento; llegaron un poco tarde, pero colmaron el establo de regalos para el niño. Pocos meses después los padres y el niño tuvieron que huir porque el rey del lugar había mandado matar a todos los niños menores de tres años. A los doce años, el niño cumple con el ritual del paso a mayoría de edad; nada se supo de él hasta que fue bautizado en un río por un santo varón a los 30 años; después se supo que el santo varón fue decapitado. El hombre que antes era niño, fue seguido fielmente por doce discípulos que él mismo escogió; curó enfermos, caminó sobre las aguas y, dicen, hasta revivió a un hombre. Las autoridades, más que asombradas, aterradas, capturaron al hombre mediante la traición de un íntimo amigo. El hombre fue encarcelado, torturado y finalmente crucificado en la cima de un monte junto a dos ladrones. Al momento de su muerte, fue enterrado en una caverna; dicen que el hombre descendió a los infiernos y resucitó al tercer día.
El hombre en cuestión puede ser Horus (3000 AC), Attis (1600 AC), Mithra (1200 AC), Krishna (900 AC) o Dyonisus (600 AC). Las leyendas sumerias de Gilgamesh y el Enuma-Elish dan cuenta de estos sucesos.
           Cualquier semejanza con algún otro personaje, no es pura coincidencia.